lunes, 21 de noviembre de 2011

Decálogo del Niño Lector: #1


1. 1. El Derecho a que un adulto le lea en voz alta o lea a su lado.

D

Imagina que llegas a la escuela de manejo. Estás nervioso la única que ves que te pusiste detrás de un volante manejaste como si fueras un campeón de caballos coleados. Tal vez incluso chocaste. La cosa no es tan fácil como parece. Apretar pedales y mover el volante y ya.

Por eso estás allí sentándote con el instructor. Él te dirá lo que tienes que hacer, marcará la pauta, y sobre todo, compartirá contigo la experiencia. Al final la cosas compartidas son mucho más sabrosas y más cuando uno está aprendiendo.

Ahora imagina que el instructor se sienta a tu lado. Te ordena “maneja” y punto. No dice más nada. Se pone a leer un periódico o a chatear por el celular. Contesta llamadas. Se ríe. Tal vez incluso te dice “ve y da tres o cuatro vueltas a la manzana y me buscas aquí, yo me voy a tomar un cafecito.”

Te indignarías. ¿Cómo es posible que me deje solo? ¿Cómo espera que yo aprenda sin que me haya dicho una palabra? Ni un consejo. Ni un tip. ¿Cómo saber si lo estoy haciendo bien o mal si no está aquí para corregirme? Conclusión: no le importa. Lo más probable es que te frustres y aunque te devuelvan tu dinero regresarás a tu casa sin saber manejar.

Misión: fallida.

Lo mismo sucede cuando uno está aprendiendo a leer. Entiéndase leer, no en el sentido estricto. Una persona puede aprender a leer incluso antes de poder “pasar la vista por lo escrito interpretando los signos.” Aprender a leer es aprender a gozar de una historia, a ir con el pensamiento del punto A al punto B, identificar en una narración, en un verso, en una imagen algo de nuestro ser. Y eso bien puede ser narrado por otra persona. Y lo que es más. Es mejor que sea así.

El padre o el maestro fungen como catalizadores de ese proceso. Les toca a ellos. A nosotros. Sentarnos con hijos y/o alumnos a mostrarles el pasaporte hacia viajes infinitos que hay en cada libro. Se pueden leer textos literalmente, al pie de la letra, se pueden inventar de la nada, o basados en cuentos ya escritos. En fin. El cielo es el límite.

¿Y si no puedo leer en voz alta?

A veces nos da miedo. Más cuando al ver a los cuentacuentos y las maravillas que hacen. La entonación. La proyección. Las voces de los personajes. Saben hacer como la hormiguita más tierna, y como el osito bebé, y también como el lobo feroz y la bruja malvada. ¡Y se saben los cuentos de memoria! ¿Qué hace uno entonces?

La respuesta es muy sencilla. Uno hace lo que puede. Lo cierto es que el niño no está esperando a un actor o actriz de teatro. Nada de eso. Ellos están felices de que sus padres o maestros se tomen el trabajo de contarles la historia.

El trabajo lo tiene que hacer la historia. Todo es cuestión de elegir el texto adecuado. Si el cuento es bueno, mientras el adulto la pueda leer, el niño se envolverá en ella. Y el tiempo y la atención que comparten con ese adulto lo agradecerán más que nada.

Lo hermoso de esto es que se vuelve un espacio para compartir entre niños y adultos. No sólo comparten el momento de la lectura, sino que comparten las impresiones de la misma que son automáticas. Lo cierto es que los niños no tardan en dar su respuesta ante un texto. Si les gustó. Si no les gustó. Si los atrapó o más bien los aburrió.

Leer junto a nuestros hijos o alumnos es un espacio fundamental para conocerlos, más allá del hecho de que el acto en sí es la base para la formación del hábito de la lectura. Y algo es cierto que los hijos que leen con sus padres tienden a convertirse a su vez en lectores.

A través de la lectura en conjunto podemos enterarnos de qué les gusta, qué les llama la atención, qué cosas temen, incluso qué cosas han visto, cómo están absorbiendo el mundo y qué experiencias han tenido.

Cuando uno tiene conversaciones de lector a lector llega a profundidades que de otra forma es difícil llegar.

Claro que a veces, ni el padre ni el niño están abiertos para le lectura en voz alta. La lectura jamás debe ser algo obligado. Entonces, un ejercicio hermoso es sentarse cada uno con su libro. Son esos momentos en que el niño pide leer solo. Hay que dejarlo. Pero eso no quiere decir que no se le pueda acompañar en silencio. Haciendo lo mismo que él. Demostrándole que ese acto es tan válido para padre o maestro como para hijo o alumno.

Cuando dos personas leen juntas la sensación de complicidad une y genera empatía. El sentimiento del niño de que se valora su espacio y su inteligencia le ayudan a fortalecer su autoestima, su personalidad y claro, su hábito de la lectura.

Es por eso que el derecho número uno es a que cuenten con padre o maestro que les lea en voz alta o lea con ellos. De eso uno jamás se arrepiente. Y dura toda la vida. Nada más ver a familias que leen en vacaciones y discuten libros en la sobremesa. Por eso decimos que familia que lee unida, permanece unida. Y eso es verdad tanto para la familia de sangre, como para la escolar.

De Librerias y Libreros


Cuando tenía trece años mi mamá me obligó a trabajar en una librería. Me pagaban un sueldo interesante para la edad que tenía. Eventualmente el verano terminó y cuando vine a ver no había ahorrado un centavo. Todo me lo gasté en chucherías y en libros.

Me fascinaba sacar las cuentas de los clientes y llenarles las bolsas. Ni hablar de lo que me gustaba hacer mis recomendaciones o recibir los consejos de algún cliente que jugaba al viejo profesor con aquella niña un poco gordita y extraña.

Ese fue el verano de una de esas relaciones adolescentes que empiezan en pura ilusión, se llenan de magia y terminan con las cachetadas que te da la realidad para intentar hacer de uno un adulto incrédulo. Si algo me ha protegió de lo que viví ese verano fue la lectura. Ya allí sin saberlo me estaba enfermando de forma incurable con esto que tengo ahora. Enfermedad de libros. En mi vida ha habido una sola constante y es el amor por los libros. Lo demás, salvo ciertos afectos, siempre ha terminado por ser pasajero.

Y si uno ama a los libros. Si uno siente por ellos algo que es casi religioso, entonces no exagera al decir que las librerías son como templos. Como iglesias. Y que el librero es el cura. Uno de mis grandes amigos hoy en día es un librero. Nos conocimos y entablamos amistad por culpa de un libro.

¿Cómo no íbamos a entablar amistad? No hay gente que entienda más la enfermedad de libros que el librero. Además entiende que el lector busca mucho más que letras, oraciones y párrafos. El libero es psicólogo, psiquiatra, policía y bombero. Te escucha. Te diagnostica. Te medica, “¿es un despecho lo que usted tiene? Entonces tiene que buscar este autor y este otro.”

El librero es policía, porque le toca asegurarse que uno no rompa ciertas leyes, que no haga cosas impensables, ni toque los estantes prohibidos, como el de la autoayuda, la prosa vacía o aquellos libros que escribió ese autor que no tenía nada que decir, sino que simplemente quería decir algo. El librero al final del día es bombero. Pero es un bombero que felizmente quedará frustrado, al no poder apagar el fuego que consume al lector. Al contrario, ve su trabajo realizado cuando lo ve quemarse. Como se quema un vampiro con la luz del sol.

En carne viva. Así debe salir uno de una librería. En ese estado de sensibilidad, con ganas comerse el libro, comerse el mundo, sangrar, recibir transfusiones, convertirse en animal doméstico, animal salvaje y criatura fantástica.

La experiencia de una librería no puede ser nada más entrar. Pagar. Salir. De ser así uno está solo en un local que vende libros y eso no es suficiente para leer. Por eso a una ciudad hay que decirle, dime cómo son tus librerías y te diré qué eres. Te diré de dónde vienes. Te diré a dónde vas.


viernes, 18 de noviembre de 2011

Razón de Ser de El Decálogo del Niño Lector


Hace ya unos años tuve la oportunidad de pasar un mes y medio en Madrid. Jamás olvidaré que en ese momento había una campaña de promoción de lectura cuyo slogan era Ni Un Día Sin Leer. El metro estaba lleno de afiches que decían gigante Ni Un Día Sin Leer. Fue un verano solitario, un poco apagado y triste. Sobreviví la soledad de aquellos meses gracias al chocolate y a los libros. Engordé varios kilos. Tanto en cerebro como en caderas.

No lo sabía entonces, pero ahora entiendo que ese fue mi primer contacto con la promoción de lectura. Empecé a notar que le metro estaba lleno de gente que hasta parada leía. No creo que haya sido sólo la campaña, creo que es una sumatoria de muchos factores. Un sistema escolar que crea hábitos de lectura, padres que leen y motivan a sus hijos a leer, disponibilidad de títulos y precios accesibles.

Fue inevitable que desde entonces yo haga comparaciones entre aquella imagen y lo que uno ve aquí en Caracas. Cierto, está difícil que le pidas a alguien que viviendo en una ciudad como esta se ponga a leer en un transporte público. Entre el malandro que te va a robar y el hecho de que a veces para montarte en el metro tienes que esperar a que pasen dos, tres y hasta más trenes tal vez sea mucho pedir. Pero lo cierto es que aquí la cultura del “leer” hay que desarrollarla.

La lectura en sí y los lectores están estereotipados. Montados sobre un pedestal de superioridad intelectual y de aburrimiento. Es decir, leer es para los Sheldon Coopers de a pie, los mega inteligentes o hasta los que quieren ser percibidos como tales pero no lo son.

Leer es para el aburrido, el rechazado, el que no tiene amigos, ni vida social, el intenso, el emo, y esa categoría que me parece tan peligrosa, el artista.

Leer está asociado con ladrillos, clásicos, nada que ver con divertirse. Se percibe en general como un acto aburrido. Me ha pasado que he regalado libros y he percibido la nota sarcástica en la expresión de los presentes, como reprimiendo el comentario “ay, pero no se te ocurrió un regalo más chimbo. Tenía que ser la intensa esta.”

Hasta hace unos meses me importaba. Ya no. Porque entendí que mi misión en la vida es promover la lectura. Es empujar a la gente a leer. Estoy estudiando, trabajando, preparando actividades como las que ya están en este blog y otras que vendrán que están orientadas en esa dirección. No se trata de crear grandes literatos, yo lo que quiero es fomentar la lectura, desarrollar lectores, y después cada quien con sus alas que vuele hacia su destino.

Eso sí. Leer está en todo. No existe el yo no leo. Desde el ama de casa, pasando por el cirujano, el actor, hasta la modelo que vive bajo el yugo del esterotipo que no hay mujer bella que primero no sea bruta, la lectura es importante para todos.

He notado que los padres se están preocupando cada vez más porque sus hijos lean. Tal vez nos viene de la realidad tan angustiosa que estamos viviendo en el país. Nuestro sistema educativo es cada vez más precario. Desde la dotación de útiles hasta los materiales con que cuentan los profesores.

Además, maestros y padres tienen que luchar contra una cantidad de factores que le hacen competencia a la lectura. Internet, video juegos, canales con comiquitas las veinticuatro horas al día, las actividades extracurriculares. Ahora es que nos damos cuenta que hay una parte vital de la educación que se está quedando fuera. Que no hay programa escolar que eduque solo. Realmente hacen falta los libros.

Es por ello que como promotores de lectura queremos brindar una ayuda padres y maestros. Y hemos desarrollado este Decálogo del Niño Lector. Una guía. Una ayuda para acercarlos al mundo de la lectura.

DECÁLOGO DEL NIÑO LECTOR DEL PERRO NARANJA

DECÁLOGO DEL NIÑO LECTOR DEL PERRO NARANJA1.

1. El derecho a que un adulto le lea en voz alta o lea a su lado.

2. El derecho a enamorarse de un personaje.

3. El derecho a rayar los libros

4. El derecho a reescribir el cuento. A inventar personajes, cambiar el rumbo de la historia, inventar todos los finales que quiera.

5. El derecho a cerrar el libro.

6. El derecho a hacer preguntas y a recibir respuestas.

7. El derecho a tocar los libros

8. El derecho a escoger lo que le leen.

9. El derecho a que le lean el mismo cuento una, dos, tres…todas las veces que lo pida.

10. El derecho a un libro que no lo subestime.