“Piensen cuáles pueden ser las razones básicas para la desesperación. Cada uno de ustedes tendrá las suyas. Les propongo las mías: la volubilidad del amor, la fragilidad de nuestro cuerpo, la abrumadora mezquindad que domina la vida social, la trágica soledad en la que en el fondo vivimos todos, los reveses de la amistad, la monotonía e insensibilidad que trae aparejada la costumbre de vivir.”
“Desde aquel día, Van Morrison es un cantante importante
para mí, pues descubrí que debía perder ciertos complejos y no considerar la
música rock ajena a lo que yo podía escribir. Fue también el día en que me di
cuenta de que no debía dejarme intimidar por algunos escritores españoles de mi
generación que decían estar sólo interesados por la música clásica y que, por
ejemplo, se habían compadecido de mí el día en que se me ocurrió citarles a los
Rolling Stones. Fue el día en que me di cuenta que no sólo no debía descartar nunca
nada a la hora de crear, sino que no dejarme influir por la mirada compasiva de
aquellos pedantes de mi país atrasado, escritores altivos y anclados en una
literatura de cartón piedra. Fue el día en que descubrí que a la hora de
escribir no debía descartar nada, pues como decía Walter Benjamin, el cronista
que narra acontecimientos sin distinguir entre pequeños y grandes de guía, al
hacerlo, por esta verdad: de todo lo ocurrido nada debe ser considerado perdido
para la historia. Fue el día en que descubrí que había en el extranjero
escritores y cineastas de una generación anterior a la mía- como Wnders y
Handke- que dialogaban sin complejos sobre el rock and roll, sobre la felicidad
extraña que puede dar de golpe una canción de Van Morrison. Seguí viviendo en
la desesperación, pero con momentos de
felicidad extraña que de vez en cuando me llegaba – me sigue llegando- del rock
and roll.”
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