lunes, 7 de mayo de 2012

¿Qué clase de lector eres?


El Chico que Lee. La Chica que Lee. Definámoslos de una vez por todas. ¿Cómo son?  Él tiene pelo de jugador de futbolista argentino, medio largo, seguro usa lentes y carga un bolso que se cuelga como si fuera una banda presidencial. Lleno de libros por supuesto. Es profesor de literatura o todo lo contrario, es un físico, un matemático puro, pero es profesor.   Da clases porque es muy callado, valga la ironía. El chico que lee está lleno de contradicciones. Es un poeta atormentado. Es tímido con los desconocidos, pero no tolera bien la bebida.

Ella tiene lentes. Es amante de los animales. Estudió letras o arte. Pinta como los dioses. Sabe hacer Origami como si se llamase Makoto. No se pinta las uñas, ni usa aparatos de esos para alargar las pestañas. No usa tacones y le encantan las bragas. No es marimacha, porque hay algo que de ella que es pura feminidad. Tiene un carácter fortísimo. Es intensa.

Chico y chica que leen tienen libros por toda la casa. Claro que chico los tiene desordenados, una pila en la mesa de noche, una pila en el suelo al lado de la cama, una pila al lado del sofá, una pila en el baño, cinco o seis tirados en el carro. Chica los tiene todos organizados por orden género, tema, autor y color del lomo.

Esta hermosa pareja, juntos o por separado tienen una lista de autores aprobados. Necesarios. Una lista que en realidad, más allá de su apariencia personal y su orientación en cuanto a la moda fue lo que les permitió acceder al elitesco grupo de “los que leen.” 

Nabokov. Dostoievski. Borges. Cortázar. Homero: Ilíada y Odisea. Ovidio. Cervantes. Bioy Casares. Shakespeare. Sontag. Bradbury. Hardy. Orwell. Freud. Montaigne. Poe. Vargas Llosa.  Mann. Nietzsche. Lorca. Oscar Wild. Sábato. García Márquez. Hemingway. Murakami. Dumas. Kafka. Aristóteles. Kundera. Hesse. Ribeyro. Pérez-Reverte. Mendoza. Bolaño. Perec. Pérez-Galdós. Unamuno. Tolstoi. Flauvert. Maupassant. Chejov. Bryce-Echenique. Cela. Vila-Matas. Paz. Wolf. Eco. Apollinaire. Rimbaud. Beaudelaire. Balzac. Sartre. Camus. Capote. Keruac. Tagore. Bocaccio. Ortega y Gasset. Benedetti. San Agustín…y sigue. La lista sigue. Pero que quede claro. Es una lista cerrada. Hay autores prohibidos, géneros desterrados. El Tártaro de la literatura, a la que sólo acceden los ignorantes. Los “que no leen.”

Entonces ¿es así?

¿No puede haber un chico que lee que sea rumbero, playero y fiestero? ¿Ni un gordito que se caiga a Oreos mientras va pasando las páginas, dejando la cama llena de migas negras? ¿Tampoco puede haber una lectora que viaja de tapa a contratapa mientras espera en la cola del colegio de los chamos, o que lee después de cuarenta y cinco minutos de trote, ducha y cambio de ropa?

No. No hay ratón de biblioteca buen mozo, ni Miss con capacidad de analizar ideas profundas. Eso no lo trae el formulario.

Mucho menos están admitidos los que no han leído a los autores correspondientes.

Entonces, estoy en el limbo literario. No tengo permiso de acceder al cielo. No me puedo llamar lectora. Sucede que de la lista hay muchos que todavía me faltan, varios que no sé si llegaré a leer. Por falta de tiempo, tal vez, incluso por rebeldía. Porque no me enseñaron a que la lectura era algo tan serio, tan grave.

Aprendí que leer era un viaje. Una aventura. Una puerta a los sueños. Un vehículo para viajar mucho más lejos de lo que cualquier medio de transporte jamás nos podría permitir. Una ventana a la reflexión. Un método para conocerme, para conocer el mundo, para conocer a otras personas.

Sí. Existe el ego. Ciertamente de vez en cuando sirve también como amuleto para creerse inteligente. Sin embargo, ya lo he dicho antes, todo delirio de grandeza termina en infinita pequeñez. Basta que uno encarame bloque sobre bloque y trate de usar eso como palestra para que todo caiga al suelo con estrépito.

Yo no tengo lista. Sinceramente. Como dice Elefante “las reglas suelen ser tu peor enemigo, el más aburrido y cruel y disfraz. Un salto al vacío. El veneno más letal.” Leo lo que me provoca, un día es infantil mañana es un clásico, y aunque el camino que he recorrido página a página me ha llevado a odiar a algunos autores y a desterrar uno que otro género, incluso a vituperar en su contra (sí Coelho es contigo, cero uno en esa boleta, ¿qué quieres que te diga?) tampoco se puede llegar al fundamentalismo literario.

Creo que todos tenemos nuestros libros. Autores que nos mueven el piso, que nos parecen unos genios, que nos hacen sentir comprendidos y otros a los que les damos quince páginas porque “el saludo no se le quita a nadie.” ¿Quieres leer Crepúsculo? ¿Te emociona? Está bien. Sinceramente creo que como todo en la vida tarde o temprano uno aprende y deja atrás ciertas cosas. Es lo que se llama evolución.

O como dice mi papá con respecto al vino, no se puede apreciar un Chateaux Margaux si no se sabe disfrutar de un Beaujolais Nouveau. Todo tiene su momento. Y lo sencillo es necesario para llegar profundo. Para llegar al Quijote tuviste que pasar a juro por Ma-Me-Mi-Mo-Mu  y después de eso Caperucita.

En fin. Lectores hay como los sabores de helado. Amargo como el de limón. Sabroso como el de coco. Empalagoso como el de chocolate. Suave como el de mantecado. Rosado como el de fresa. Exótico como el de parchita. Extraño como el de aguacate. Light como el sorbete. Completo como la copa gigante con bolas de todos los sabores. Difícil de conseguir como el de Nutella, Nutella de verdad. Modesto como el artesanal y hecho en casa. Distinguido y respingado como el italiano.

Decir que lector es uno sólo es poner límites que la misma lectura nos enseña a desafiar usando la imaginación. 

2 comentarios:

  1. Hola, he llegado a tu blog desde Twitter. Me ha gustado mucho esta entrada. Yo creo que hay tantos tipos de lector como lectores. ¡Te sigo!

    Saludos

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  2. Hola Carlos. Muchísimas gracias. Muy buena tu frase "tantos tipos de lector como lectores." Es así. Cada cabeza es un mundo. Nos alegra que te haya gustado la entrada y que sigas nuestro proyecto. Nos vemos por la blogosfera. Saludos.

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