El
Chico que Lee. La Chica que Lee. Definámoslos de una vez por todas. ¿Cómo
son? Él tiene pelo de jugador de
futbolista argentino, medio largo, seguro usa lentes y carga un bolso que se
cuelga como si fuera una banda presidencial. Lleno de libros por supuesto. Es
profesor de literatura o todo lo contrario, es un físico, un matemático puro,
pero es profesor. Da clases porque es
muy callado, valga la ironía. El chico que lee está lleno de contradicciones.
Es un poeta atormentado. Es tímido con los desconocidos, pero no tolera bien la
bebida.
Ella
tiene lentes. Es amante de los animales. Estudió letras o arte. Pinta como los
dioses. Sabe hacer Origami como si se llamase Makoto. No se pinta las uñas, ni
usa aparatos de esos para alargar las pestañas. No usa tacones y le encantan
las bragas. No es marimacha, porque hay algo que de ella que es pura feminidad.
Tiene un carácter fortísimo. Es intensa.
Chico
y chica que leen tienen libros por toda la casa. Claro que chico los tiene
desordenados, una pila en la mesa de noche, una pila en el suelo al lado de la
cama, una pila al lado del sofá, una pila en el baño, cinco o seis tirados en
el carro. Chica los tiene todos organizados por orden género, tema, autor y
color del lomo.
Esta
hermosa pareja, juntos o por separado tienen una lista de autores aprobados.
Necesarios. Una lista que en realidad, más allá de su apariencia personal y su
orientación en cuanto a la moda fue lo que les permitió acceder al elitesco
grupo de “los que leen.”
Nabokov.
Dostoievski. Borges. Cortázar. Homero: Ilíada y Odisea. Ovidio. Cervantes. Bioy
Casares. Shakespeare. Sontag. Bradbury. Hardy. Orwell. Freud. Montaigne. Poe.
Vargas Llosa. Mann. Nietzsche. Lorca.
Oscar Wild. Sábato. García Márquez. Hemingway. Murakami. Dumas. Kafka.
Aristóteles. Kundera. Hesse. Ribeyro. Pérez-Reverte. Mendoza. Bolaño. Perec. Pérez-Galdós.
Unamuno. Tolstoi. Flauvert. Maupassant. Chejov. Bryce-Echenique. Cela.
Vila-Matas. Paz. Wolf. Eco. Apollinaire. Rimbaud. Beaudelaire. Balzac. Sartre.
Camus. Capote. Keruac. Tagore. Bocaccio. Ortega y Gasset. Benedetti. San
Agustín…y sigue. La lista sigue. Pero que quede claro. Es una lista cerrada.
Hay autores prohibidos, géneros desterrados. El Tártaro de la literatura, a la
que sólo acceden los ignorantes. Los “que no leen.”
Entonces
¿es así?
¿No
puede haber un chico que lee que sea rumbero, playero y fiestero? ¿Ni un gordito
que se caiga a Oreos mientras va pasando las páginas, dejando la cama llena de
migas negras? ¿Tampoco puede haber una lectora que viaja de tapa a contratapa
mientras espera en la cola del colegio de los chamos, o que lee después de
cuarenta y cinco minutos de trote, ducha y cambio de ropa?
No.
No hay ratón de biblioteca buen mozo, ni Miss con capacidad de analizar ideas
profundas. Eso no lo trae el formulario.
Mucho
menos están admitidos los que no han leído a los autores correspondientes.
Entonces,
estoy en el limbo literario. No tengo permiso de acceder al cielo. No me puedo
llamar lectora. Sucede que de la lista hay muchos que todavía me faltan, varios
que no sé si llegaré a leer. Por falta de tiempo, tal vez, incluso por
rebeldía. Porque no me enseñaron a que la lectura era algo tan serio, tan
grave.
Aprendí
que leer era un viaje. Una aventura. Una puerta a los sueños. Un vehículo para
viajar mucho más lejos de lo que cualquier medio de transporte jamás nos podría
permitir. Una ventana a la reflexión. Un método para conocerme, para conocer el
mundo, para conocer a otras personas.
Sí.
Existe el ego. Ciertamente de vez en cuando sirve también como amuleto para creerse
inteligente. Sin embargo, ya lo he dicho antes, todo delirio de grandeza
termina en infinita pequeñez. Basta que uno encarame bloque sobre bloque y
trate de usar eso como palestra para que todo caiga al suelo con estrépito.
Yo
no tengo lista. Sinceramente. Como dice Elefante “las reglas suelen ser tu peor
enemigo, el más aburrido y cruel y disfraz. Un salto al vacío. El veneno más
letal.” Leo lo que me provoca, un día es infantil mañana es un clásico, y
aunque el camino que he recorrido página a página me ha llevado a odiar a
algunos autores y a desterrar uno que otro género, incluso a vituperar en su
contra (sí Coelho es contigo, cero uno en esa boleta, ¿qué quieres que te
diga?) tampoco se puede llegar al fundamentalismo literario.
Creo
que todos tenemos nuestros libros. Autores que nos mueven el piso, que nos
parecen unos genios, que nos hacen sentir comprendidos y otros a los que les
damos quince páginas porque “el saludo no se le quita a nadie.” ¿Quieres leer
Crepúsculo? ¿Te emociona? Está bien. Sinceramente creo que como todo en la vida
tarde o temprano uno aprende y deja atrás ciertas cosas. Es lo que se llama
evolución.
O
como dice mi papá con respecto al vino, no se puede apreciar un Chateaux
Margaux si no se sabe disfrutar de un Beaujolais Nouveau. Todo tiene su
momento. Y lo sencillo es necesario para llegar profundo. Para llegar al
Quijote tuviste que pasar a juro por Ma-Me-Mi-Mo-Mu y después de eso Caperucita.
En
fin. Lectores hay como los sabores de helado. Amargo como el de limón. Sabroso
como el de coco. Empalagoso como el de chocolate. Suave como el de mantecado.
Rosado como el de fresa. Exótico como el de parchita. Extraño como el de
aguacate. Light como el sorbete. Completo como la copa gigante con bolas de
todos los sabores. Difícil de conseguir como el de Nutella, Nutella de verdad.
Modesto como el artesanal y hecho en casa. Distinguido y respingado como el
italiano.
Decir
que lector es uno sólo es poner límites que la misma lectura nos enseña a
desafiar usando la imaginación.
Hola, he llegado a tu blog desde Twitter. Me ha gustado mucho esta entrada. Yo creo que hay tantos tipos de lector como lectores. ¡Te sigo!
ResponderEliminarSaludos
Hola Carlos. Muchísimas gracias. Muy buena tu frase "tantos tipos de lector como lectores." Es así. Cada cabeza es un mundo. Nos alegra que te haya gustado la entrada y que sigas nuestro proyecto. Nos vemos por la blogosfera. Saludos.
ResponderEliminar