Cuando estaba pequeña y le decía a mi mamá. ¡Estoy aburrida!
Me decía, no se-A-Burra. ¡LEA! Entonces ella me ayudaba a buscar algún libro en
la biblioteca que había ido construyendo para mis hermanas y me transportaba a
un mundo maravilloso. Ella me guiaba, me orientaba, y me vendía el libro, como
un librero. Mi mamá fue mi librero de cabecera durante años. Hasta que me
enviaron a un internado y le tocó el trabajo a uno de esos profesores estilo
Robin Williams en Sociedad de los Poetas Muertos. Pero aún con mi personaje de Hollywood
que me convenció de que la Odisea era la mejor aventura jamás creada, yo me
llevé en mi maleta los libros que mi librero alfa había escogido para mí.
Mi mamá le inyectaba una emoción a los libros. Los
Hollister. Los Siete Secretos. Flores en el Ático. No me trató de vender nada
pretensioso, ni un canon demasiado elevado. Ella lo hizo perfecto, porque buscó
alimentar mi imaginación y lo demás vino solo. Porque la lectura es como
cualquier otra cosa que se practica. Se aprende. Se mejora. Se va perfeccionado.
Se adquieren destrezas y uno exige calidad.
Al final creo que
todos nos convertimos en lectores por curiosidad. Hay quienes tienen curiosidad
innata, y hay a quienes se les despierta. Creo que esa es la mayoría y ese fue
mi caso. Sin duda fue mi caso.
Porque otra cosa que hizo mi madre fue acostumbrarme a
buscar respuestas en los libros. Cosas como, mami, ¿los peces toman agua? No
sé, búscalo en un libro. Mami, ¿cuántos huesos tiene una persona? No sé,
búscalo en libros. Y claro, no lo duden, cuando llegó el día de hacer esa
fabulosa explicación de, los niños no vienen de París, bueno a menos que los
papás hayan ido a París en plan amoroso, también usó un libro. Uno para mí y
uno para ella, para no sonrojarse, para no transmitir tabú, ni miedo, ni vergüenza,
para demostrar que era lo más natural y bello del mundo.
Mi papá también fue clave en mi formación lectora. Alimentó mi biblioteca con sus propios libros y con cuentos que sacaba de su propia imaginación y que aunque jamás los escribió, sino que me los contaba de la propia voz, ocupan un lugar clave en mi biografía literaria.
Los padres son los libreros más importantes. El amor por la lectura comienza en casa. Y sí bien es en la escuela donde nos enseñan a descifrar el lenguaje, y donde nos dan herramientas para la disciplina a la hora de la lectura, a leer, a leer como tal. A amar la lectura. Refugiarnos en los libros. Y a aprender lecciones de vida historia tras historia, eso se enseña en casa.
Una pena que la cultura se haya transformado en algo netamente visual y que la lectura haya caído en un 4to o 5to puesto en los intereses actuales de la gente.
ResponderEliminarPor suerte mi familia similar a la que mencionas en el texto y hoy cuanto con un placer insuperable que es la lectura, el quedarme noches leyendo aún sabiendo que en poco tiempo debería levantarme para ir al colegio/trabajo/etc, son horas bien aprovechadas.
Saludos
J.